Religión al servicio del hombre

Ahora que parece haber un pequeño debate entre la conveniencia o no de la religión, tal vez debiéramos volver la vista atrás, a los orígenes de la misma, cuando cumplía una función de enorme importancia en la vida (y la supervivencia) de sus fieles.

Y digo supervivencia porque en muchas ocasiones algunos principios básicos sanitarios o económicos estaban disfrazados de preceptos religiosos.

Pongamos por ejemplo la circuncisión de los judíos y los musulmanes. La razón habría que buscarla, según parece, en que el prepucio es una zona extremadamente sensible a infecciones... así que pensad en que esos pliegues en un desierto, húmedos, cálidos y con higiene deficiente (no sobra el agua, y en cambio abunda el polvo), y más con la afición por el baño de los pastores de cabras y de ovejas de esas épocas. La solución, nunca mejor dicho, fue cortar por lo sano: privando a hongos y bacterias de su paraíso consiguieron salvar vidas.

Del mismo modo, la prohibición de comer cerdo en ambas religiones podría ser una forma de evitar los estragos de la triquinosis entre los atribulados habitantes del desierto.

Otro caso: las vacas sagradas hindúes. Mucha gente que he conocido creía que era una costumbre estúpida, pero en realidad, es una forma de salvar vidas poco ponderada.

Veamos, en una época de hambre uno podría sentirse tentado a matar a la vaca... pero claro, una vez muerta y comida, tu problema persiste, y está más agravado. Sin embargo, si la vaca vive, mucho o poco, algo de leche produce... y tira del arado, y sus excrementos además los usan para construir casas (substituye al cemento) y para cocinar (una bosta reseca en un lugar dónde no hay mucha madera, como la India interior, es un combustible bastante decente). Así que mirad si no es bueno que las vacas sean sagradas.

Y es que ya lo decía Jesucristo: la religión se hizo para servir al hombre, y no el hombre para servir a la religión. Además, Dios no necesita alabanzas ni que le sirvan: es el hombre el que necesita consuelo y ayuda. Si alguien intenta convenceros de lo contrario, desconfiad.