Con la muerte de Loyola de Palacio por cáncer supongo que no seré el único en pensar en lo jodida que es esta enfermedad.
Porque vereis, doña Loyola empezó sana como una manzana las últimas vacaciones de verano, y en un momento determinado acudió al hospital por unos dolores en la espalda que ella atribuía al submarinismo (deporte que practicaba). Le detectaron un cáncer avanzado y la mandaron a Houston a recibir tratamiento.
Y ayer murió. Es increíble que una persona tan vital como ella (no vamos a analizar sus posturas políticas, ya que aunque me pareció una ministra decente, no me gustaban muchas de sus opiniones) haya conocido su enfermedad y esta la haya vencido en tan poco tiempo.
Lo peor es que no es el único caso que he conocido así, y llega el punto en que a veces me entra un poco el canguelo cada vez que siento un dolor en mi cuerpo, como el que tengo en estos momentos en el riñón (y que se debe a una mala postura descargando un capazo de leña).
Y es curioso lo del cáncer: son unas células que se reproducen de forma descontrolada y que son virtualmente inmortales... y precisamente eso es lo que te mata, ya que destruyen el tejido sano para ocupar su lugar... aunque esté a distancia.
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